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jueves, 25 de febrero de 2010

Se recuperò Lanus


Un pasito. Al menos un pasito, que no significa una gran zancada, hacia la ilusión de sentirse vivo. La misión de frenar la crisis futbolística entre ceja y ceja, y la tarea de batir al peor rival –Blooming también estaba necesitando imperiosamente los tres puntos y eso le daba pinta de verdugo- hacían preveer a un Lanús con un pie más afuera que adentro. Pero en el llano de Santa Cruz, la esperanza para nada fue verde; tomó color Granate, y así no quedó sujeto a una quimera para pasar de ronda.

Y con todas negras. Porque el equipo tuvo que reaccionar rápido. Un tremendo derechazo de aire, quién lo Vieira, se le metió a Marchesín en un ángulo tempranísimo. Al mentón, de lleno. Sin embargo el equipo de Zubeldía no se dejó contar los diez segundos. No. Frente a un rival con más falencias defensivas que virtudes en ataque, con Blanco esta vez poco abollado por la marca, el empate era casi un hecho. Entre avisos, el diez de Lanús se la tocó a Velázquez, la fue a buscar al área y ¡de cabeza!, solito y solo, tan chiquitito y solo, la hizo fácil.

Sólo había que esperar. El Blooming, de poco intelecto, se sentó a mendigarle al destino una situación de gol. Pelletieri y Fritzler nunca sufrieron la zozobra de la desesperación. Lanús lo percibía en la cancha: el partido, la victoria, era más que factible. Y la pelota parada, esa que se critica por más valida que sea y se la proclama como un punto fuerte de los vecinos del barrio, el Banfield de Falcioni, fue la salida para hacer trastabillar a los bolivianos en su propia casa.

Porque era el llano, no había altura. Sin embargo la pelota si bajaba, en el área del Blooming, pero por mérito puro de los jugadores de Lanús. Tiro libre uno: centro de Velázquez y cabezazo de Salcedo. Tiro libre dos: centro de Blanco, el paraguayo la bajó y Lagos definió arriba, inatacable. Después el delantero, clave, se volvió a mufar, haciéndolo pasar de largo a Sánchez y clavándosela donde se unen el travesaño y el palo derecho a Jemio. El equipo boliviano se asfixió, y es que nunca tuvo aire. Al menos, dentro de su propia área, nunca tuvo altura.

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